Demencia Vascular

La demencia vascular (DV) es una de las causas más frecuentes de demencia después de la enfermedad de Alzheimer; representa del 15 al 30 % de los casos. Su progresión no está bien establecida, debido a que no existe un consenso claro en la clasificación y criterios diagnósticos, además de los interrogantes respecto a su relación con la patología cerebrovascular y el deterioro cognitivo. Actualmente, el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-V) excluye como parte de los criterios diagnósticos la alteración de la memoria, lo cual hace difícil estimar la incidencia y prevalencia. Sin embargo, sus tasas aumentan con la edad, duplicando su riesgo cada 5,3 años.1 

Sus principales factores de riesgo son la hipertensión arterial, la diabetes, el tabaquismo y la hipercolesterolemia. No obstante, el accidente cerebrovascular es el principal factor de riesgo, ya que se ha observado que la DV puede desarrollarse durante los tres meses posteriores a un accidente cerebrovascular en un 15-30 % de los pacientes o de forma tardía en un 20-25 %.2 

Respecto a otros factores de riesgo, un metaanálisis demostró que la depresión que se presenta en etapas tardías de la vida es un factor de riesgo para la demencia vascular.1,2 

 

 

Dentro de su etiología se encuentran principalmente la enfermedad cerebrovascular, la enfermedad de pequeño vaso y algunas enfermedades hereditarias, como la arteriopatía cerebral autosómica dominante y la angiopatía amiloide cerebral.2 

En su presentación clínica, los cambios cognitivos son más variables que en otras demencias como el Alzheimer. Debido a que existe una afección de la vasculatura subcortical, es frecuente que se presente déficit de atención y alteración en el procesamiento de información y en la ejecución de funciones. La memoria, el lenguaje y la praxis están afectados de forma más variable. En cuanto a los síntomas neuropsiquiátricos, la depresión y la apatía son predominantes, mientras que los delirios y las alucinaciones son menos frecuentes.1 

Para establecer su diagnóstico, es necesaria la presencia de enfermedad cerebrovascular en imágenes cerebrales. En la tomografía se pueden observar múltiples infartos con una afección extensa de la sustancia blanca, pero el estudio de elección es la resonancia magnética, con la cual podemos establecer de forma clara el grado, la localización y la extensión de la enfermedad cerebrovascular. Estudios de imagen han demostrado que la atrofia, tanto de forma generalizada como a nivel del hipocampo, está fuertemente asociada con la demencia, al igual que la afección de la vasculatura.1 

Por otra parte, se han estudiado algunos biomarcadores como la albúmina, las metaloproteinsinasas y los marcadores inflamatorios, pero es necesaria una validación adicional para su uso.1 

A pesar de que las tasas de deterioro cognitivo son similares a otras demencias como la enfermedad de Alzheimer, su mortalidad es mayor debido a las posibles causas cardiovasculares y cerebrovasculares subyacentes, por lo que su mediana de supervivencia es de 3 a 5 años.1 

No existe un manejo específico para esta enfermedad, de manera que el tratamiento de la causa subyacente, la prevención de los factores de riesgo y el uso de algunos neurofármacos.2 

 

REFERENCIAS: 

  1. O’Brien JT, Thomas A. Vascular dementia. Lancet. 2015;386(10004):1698-706. 
  2. Gale SA, Acar D, Daffner KR. Dementia. Am J Med. 2018;131(10):1161-9.
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